La cocina, al igual que las fronteras, trasciende los límites físicos y nos otorga identidad. Es memoria, cultura y paisaje. Es la forma en que un territorio se vuelve alimento y cada producto, historia. Cocinar no es solo preparar un plato; es un acto de respeto hacia la materia prima y hacia quienes la cultivan, crían o cosechan. Es compartir, transmitir y cuidar.

Creo en una cocina de arraigo, firmemente anclada a la tierra que me rodea. Sostenibilidad, proximidad y respeto son los principios que guían mi trabajo, buscando siempre conectar con el entorno y las personas que lo cuidan.

Entiendo una gastronomía que no se limita a la cocina, sino que se extiende al campo, al mercado y a las mesas donde compartimos lo que hemos preparado. Conocer el origen de cada producto y reconocer su valor implica también apreciar el esfuerzo de quienes lo cultivan, lo cuidan y hacen posible que llegue hasta nosotros. Solo así podemos trabajar con responsabilidad. Un plato tiene la capacidad de emocionar, contar una historia y transmitir la esencia del lugar del que proviene.

En mi trabajo, intento ser respetuosa, consciente y cuidadosa en cada paso. Cocinar con cariño, dedicación y respeto no solo alimenta el cuerpo, también conecta con lo que somos y con lo que nos rodea. Es un compromiso con quienes hacen posible que esos productos lleguen a nuestra mesa.